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La política en la juventud

  • Escribe César Zeña Santamaría
  • 2 sept 2017
  • 2 Min. de lectura

En su novela “Conversación en la Catedral”, Mario Vargas Llosa decía que era mentira que en la Universidad Mayor de San Marcos, la mayoría de estudiantes de todas las facultades fuesen políticos. No. Los dedicados a la política eran una pequeña parte de individuos con ciertos apetitos o con inquietudes sociales distintas. Pero que la gran mayoría de estos alumnos, en realidad, eran apolíticos y se dedicaban a sus estudios y a fortalecer la parte académica de su vida.


Si esa era la realidad de los años 50 o 60 del siglo pasado, imaginemos cuál podría ser el interés actual de los jóvenes que han sido bombardeados por los medios de comunicación para que detesten inequívocamente la política y, de pasada, a todos los políticos habidos y por haber, no importando bandera o bancada, no importando el sexo, la formación académica o cualquier indicador que pueda favorecer al candidato. Aquí todos caen como malos.


Por supuesto que no solo ha sido la prensa amarilla la que ha derrumbado la imagen del político, sea cual sea su ideología, sino también ellos mismos son los que han generado suspicacias y han catapultado una carrera por apetitos inmediatistas, oportunistas y mafiosos. Ante ello, ¿cómo los jóvenes pueden ver con buenos ojos a los personajes que van a representar al Perú? La pregunta es pertinente y tiene una respuesta real y concreta: los propios jóvenes deben también inmiscuirse en la política, deben generar espacios de conversación, fiscalizar a los cuadros dudosos, hablar de la corrupción y, sobretodo, proponer con nuevos ojos lo que realmente merece el país.


En la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo, referencia obligatoria para hacer un análisis, es común encontrar a estudiantes que ven al político como un advenedizo, sin sensibilidad para ejercer los valores supremos de su cargo (generosidad y desprendimiento), sin humildad para dar órdenes, sin un contacto verdadero con las propuestas de la juventud, sin honestidad en el ejercicio de su poder; y es por ello que los jóvenes se muestran indiferentes, se centran en sus carreras respectivas y poco a poco olvidan que la política también se ejerce por omisión. Es decir, cuando algún ciudadano observa un acto desleal y gravoso de un político, y no dice nada, está permitiendo que se siga haciendo, está dando su aceptación para que no se detenga el cáncer criminal de la corrupción.


Recordemos que en el siglo XX eran los jóvenes los que tomaban la batuta en los partidos políticos. Fueron ellos los que hicieron la Reforma Universitaria, los que pelearon por las ocho horas de trabajo, los que lograron modificar las leyes para un trato más justo a los trabajadores. Fueron ellos los que en Francia pedían lo imposible en Mayo del 68; fueron los universitarios de la Sorbona de París los que hicieron temblar las calles y reformar un sistema corrupto, los que pedían iguales derechos para hombres y mujeres, los que luchaban para que la imaginación llegue al poder. Ahora es el turno de los jóvenes peruanos, ¿estarán dispuestos?

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