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Dicotomía del último revolucionario

  • Escribe César Zeña Santamaría
  • 2 sept 2017
  • 2 Min. de lectura

La muerte no solamente separa el alma del cuerpo, sino en ocasiones divide a los cuerpos por las opiniones con respecto a la muerte; así que los seres humanos se separan en “buenos” o “malos”, según los prejuicios, las valoraciones, la moral o las reminiscencias.


La desaparición física de Fidel Castro trajo consigo, por un lado, celebraciones multitudinarias con bombos y platillos, con marchas en nombre de la libertad, declaraciones de júbilo de las gargantas de los cubanos famosos que cantaron alguna vez por la paz de su país desde Miami; y por otro lado, remembranzas heroicas de la liberación de un Cuba deshecho, banderas flameantes y llantos desaforados, un funeral de ensueño, una épica sudamericana que alcanzó niveles utópicos.


Las frases en las redes sociales estaban divididas. “Hoy me tomo un Cuba Libre”, afirmaba un meme que se proliferaba por los muros de Facebook, y se enfrentaban con otros que exaltaban al líder cubano como el personaje del siglo en todo el mundo. Pero ¿qué está detrás de tantas opiniones divididas que incluso llegan al insulto y a la burla desleal y baja?


Sin duda, son las pasiones humanas las que rigen cada palabra de exaltación o de desquite, y en ellas pueden estar las explicaciones más alejadas de la realidad, de la razón o de la lógica. El sarcasmo toma el protagonismo en un mundo lleno de espectáculos, pues como ya lo decía nuestro Premio Nobel, estamos en una civilización donde las opiniones y acciones tienen un nivel de “diversión”, ya no se toma en serio nada y lo que se manifiesta solo es para llenar un simple “estado” en una red social.


No se puede decir de Fidel Castro que tenía injerencia política en su país. Él ya no era un político. Las razones sobran para afirmar eso, pues Raúl Castro había tomado la batuta hace algunos años, Fidel tenía un cuadro muy grave de salud física y su salud mental había llegado a la demencia, propio de la edad. Esto había hecho que Raúl tenga algunas conversaciones con EEUU y sus relaciones mejoren; todo esto fuera del conocimiento de un líder cuyo protagonismo absoluto de una revolución había terminado políticamente, pero se mantenía como tótem y mística.


Fidel unió a toda una generación de intelectuales que vieron bien que Cuba se libere de EEUU, imperio que en los años 50 buscaba diversión y drogas en la isla. Luego de tomado el poder, algunos escritores cubanos que habían apoyado en un primer momento la revolución fueron desertando, fueron encarcelados y alguno asesinado. Pero hubo otros que persistían, que veían bien que se desangre la gente, que “ese era el camino de la revolución”. Las décadas han pasado y no se nota que vaya a ver algún cambio político en Cuba, porque Fidel era el dios cuya capacidad de operar llegó a ser nula y cuya “biblia” inspirada por él afirmaba que la victoria final existía.

 
 
 

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